¿Qué son los ejercicios espirituales?

Los ejercicios espirituales son una experiencia de oración que busca profundizar y enriquecer la relación con Dios. Se trata de experimentar en carne propia su cercanía y amor, y así reorientar la propia vida hacia el seguimiento de Jesús.

En términos prácticos, los ejercicios se realizan en un ambiente de retiro espiritual, en silencio, con momentos de oración personal, charlas y acompañamiento personal. Pueden durar 2, 3 o 4 días (en sus modalidades más breves), 8 días, o bien extenderse durante un mes completo.

La experiencia de Ignacio

Los ejercicios surgen a raíz de la experiencia espiritual del propio Ignacio de Loyola, quien decide compartir algunos consejos espirituales que pueden ser de ayuda a otros que también desean descubrir la presencia y acción de Dios.

Estos consejos se reúnen en un texto (el libro de los ejercicios espirituales) que sirve de orientación para quienes acompañan esta experiencia.

Ejercicio y silencio

Para explicar en qué consisten los ejercicios, Ignacio utiliza una analogía aludiendo a los ejercicios físicos: así como para entrenar el cuerpo deben reiterarse ciertas actividades corporales, tales como correr, pasear, caminar, así también para “entrenar” el espíritu es necesario hacer ejercicios espirituales, tales como meditar, contemplar, orar, examinar la conciencia, entre otros.

A través del silencio, el “ejercitante” gana mayor sensibilidad respecto de los propios estados de ánimo y los sentimientos más profundos del corazón. Sólo así será posible “oír” la voz de Dios, reconocer su presencia y dar lugar a una auténtica transformación interior.

Oración y discernimiento

Uno de los métodos más importantes para hacer oración en los ejercicios es la meditación bíblica. La lectura orante de algunos fragmentos seleccionados de la vida de Jesús dan lugar a una experiencia de meditación y contemplación: se trata de ver con los ojos del corazón las personas, los lugares y las situaciones, involucrando también la propia vida en ellas. En esta experiencia, es posible conversar con el Señor, como quien conversa como un amigo, poniendo las emociones, sentimientos y anhelos más profundos.

Al finalizar la oración, es necesario examinar y preguntarse qué sentimientos, deseos y movimientos internos han acontecido en el interior del alma. Este examen constituye el corazón del discernimiento: reconocer qué invitaciones son de Dios y deben acogerse, y cuáles no son de Dios y, por ende, deben rechazarse.

 

El acompañamiento

Cada ejercitante tiene una conversación diaria con un acompañante. Éste asume un rol pasivo, ofreciendo ayudas para percibir e interpretar los movimientos del espíritu. Junto con ello, sugiere algunas orientaciones para las meditaciones siguientes. No ejerce un rol directivo: cada ejercitante debe establecer un diálogo independiente, personal y auténtico con el Señor.

Junto con ello, se ofrecen diversas charlas y espacios para nutrir la oración y el proceso personal que cada acompañante vive durante los ejercicios. Esto se acompaña con la participación diaria en la Eucaristía comunitaria